martes, 2 de septiembre de 2014

Cuento corto de terror.

Este es un relato de la vida real como muchos otros mitos o leyendas urbanas que pasan de generación en generación, algunos cada vez más distorsionados  por la edad. Este a comparación de esos viejos cuentos, a no ser que otra versión esté siendo contada al mism0o tiempo que esta, es la primera vez que se cuenta. Sólo puede haber tres posibles versiones de esta historia por lo que intentare contarla de la mejor manera posible.

Corría el año del 2006, el año en el que según el anticristo vendría al mundo. Me encontraba entre los nueve y diez años.  En esa época vivía en Naucalpan, Estado de México.  En unos condominios ubicados en la colonia Parque Industrial, era una colonia bastante tranquila, aún se sentía uno en los 90’s más porque los condominios eran rosa ochentero. Dos edificios de 12 departamentos cada uno conformaban el pequeño fraccionamiento, cada uno con su puerta de cristal principal y dos patios grandes que dividían los edificios ochenteros.

Los patios median aproximadamente 20 metros de largo y 5 de ancho. El primer patio era el que ambos edificios usaban para cualquier evento social, nadie del primer edificio reclamaba a los del segundo edificio. Si cada quien tenía su patio para que usaban sólo uno. Yo no tenía mucho tiempo viviendo ahí, un año solamente por lo mucho, era la casa de mi madre antes de que yo naciera. En las tardes iba de curioso a ver el segundo patio de vez en cuando, era muy diferente al primero sin lugar a duda. El ambiente era pesado, no importa qué hora del día fuese siempre estaba oscuro. No había vida alguna ahí, sólo unos cuantos arboles marchitos y tierra infértil. Y al final de la pared había una enorme mancha negra,  no me atrevía a caminar por ahí. La gravedad se hacía más pesada conforme ibas avanzando. El corazón te empezaba a latir como los tambores de Jumanji.  Me gustaba sentir la adrenalina cuando iba, aunque nunca daba más de diez pasos.

Todas las tardes salía a jugar con mis amigos Daniel y Paulina hasta que cayera la noche. Una de esas noches, el aburrimiento nos invadió y tuvimos la grandiosa idea de ir al segundo patio a sentir esa adrenalina. Paulina al ser mayor que nosotros fue la de la gran idea, obligándonos a ir con ella. Daniel y yo fuimos con todo el miedo del mundo. Era alrededor de las nueve de la noche, el patio se veía cubierto totalmente de un negro profundo. Era imposible ver más allá de los 5 pasos. Dejamos a la suerte quien sería el primero en adentrarse al patio. Daniel fue el afortunado. Entro con mucha precaución, el miedo lo tenía hasta la garganta, dio tres pasos y justo cuando estaba dando el cuarto se quedo paralizado. Las lágrimas empezaron a brotarle, regreso corriendo a nosotros. Entre sollozos nos dijo que sintió perfectamente como algo le agarro el tobillo. Paulina, ahora mas emocionada que nunca, decidió entrar muy decidía, yo ya quería irme a mi casa, me gustaba la adrenalina pero en eso momento ya no era adrenalina lo que sentía. Perdí de vista a Paulina después de los 5 pasos. Daniel y yo le empezamos a gritar, pasaron diez segundos y no nos respondía. Con todo el valor que pude tomar, decidí entrar a buscar a Paulina. Realmente el negro del lugar era absoluto. Imposible verte a ti mismo. Se escuchaba el viento en los arboles marchitos y las pisadas en la tierra infértil. Eso me ayudaba a ubicarme, de repente me tope con un cuerpo, era Paulina totalmente inmóvil en la penumbra. Le pregunte si se encontraba bien, lo único que recibí por respuesta fueron tres palabras: La mancha roja, señalándola con el dedo. Cuando voltee la mancha negra que se veía en el día, ahora era rojo. No sólo era el color rojo, realmente era sangre lo que estaba manchando la pared. Veía como las gotas de sangre se deslizaban por la pared. Ahora si sentía que mi corazón iba a estallar. Los gritos de Daniel me hicieron volver en razón y jalando de la mano a Paulina, salimos corriendo de ahí. Sentía que había corrido 2 maratones. En ese momento Daniel intentaba decirnos algo, abría la boca pero no salía palabra alguna y entonces la única palabra que salió de su boca fue “a-trás”. Al voltearnos Paulina y yo veíamos como un niño nos observaba dentro de la profunda oscuridad. Deducimos que era un niño por el tamaño, ya que su rostro era imperceptible. Los tres corrimos desenfrenadamente cada uno a sus respectivas casas. Esa noche ninguno de los tres durmió. Ya más calmados al día siguiente, acordamos nunca más volver a hacerlo ni por más aburridos que estemos. Nadie lo quiso recordar, bien dicen que si no lo cuentas es como si nunca hubiera pasado.

Años después, recordando esa casa, mi madre me hizo la confesión más perturbadora que me pudo haber dicho: En los años en que estuvo viendo es esa casa antes de mi nacimiento, uno de los departamentos 6 del segundo edificio, se incendio por completo. La familia que residía ahí perdió a su hijo de 5 años en el incendio. El fuego que salió por la ventana del niño fue el que dejo esa enorme mancha negra en la pared. Nunca más he vuelto a esos edificios y no creo hacerlo en mucho tiempo.